Esta semana santa la he dedicado en parte a la lectura de la biografía de algunos
personajes de la historia que, a través de sus realizaciones nos han contado la
clase de dedicación y de energías que ellos ponían en las empresas que organizaban.
Leyendo los detalles de muchas de esas personas excepcionales que suelen
reconocerse como líderes de una sociedad, me di cuenta de que la mayor y la más
importante de sus virtudes es la perseverancia en su oficio, en su tarea, en su
profesión.
Por cierto en algún momento percibí que la perseverancia es un
atributo positivo que ofrece muchas satisfacciones, en tanto que la terquedad
es una sombra negativa y no pocas veces un obstáculo que se atraviesa en las realizaciones
propias o en las de terceros.
Fue navegando en esas reflexiones cuando caí en cuenta de otra situación de la
realidad cotidiana: hay otras personas que disfrutan haciendo muchas cosas a la
vez, como picaflores que van de allí para allá asumiendo responsabilidades,
dejando huellas interesantes en algunos casos, y permitiendo que su figura
aparezca en varios sitios a la vez. Cambian de metas, cambian de intereses, cambian de oficio, son
muy serviciales, las aman por su dedicación y conservan una gama muy
amplia de admiradores y amigos.
En definitiva se me ocurre que es tal la variedad de opciones que ellas
ofrecen, y el tiempo tan corto que pueden dedicarle a las muchas posibilidades con
las que juega, que estas personas están condenadas a la mediocridad. Encontré
que el nombre preciso de este comportamiento y es el de la propensión a la
mediocridad: porque esta tendencia de abarcar muchas situaciones, de estar en
todas partes, no le permite a su poseedor ser excelente en ninguna y más bien ser
un transeúnte temporal de todas las oportunidades que le ofrece la vida.
Su realización personal se posterga cada día, en medio de la admiración de
sus más cercanos, pero una muy privada e íntima insatisfacción parece que lo
corroe todos los días.