Recuerdo la famosa
novela de Almudena Grandes, que abrió un interesante camino en la literatura de
España en torno al despertar sexual con Las edades de
Lulú, y las aventuras fogosas del brasilero Vadinho,
el primer marido de Doña Flor, para decir que el erotismo es uno de los temas más repetidos de
la literatura mundial.
No importa la
madurez, como Humbert Humbert, el nobokoviano personaje masculino de Lolita, o la edad de
la protagonista de El intenso calor de la luna de
Gioconda Belli --una mujer madura que se encuentra casualmente con una nueva e inmensa
pasión--, muchas de estas novelas fueron censuradas por lo explícito de sus
escenas sexuales. En el caso precursor de El Amante de
Lady Chaterley de D. H. Lawrence (publicada en
Florencia en 1928 y en solo 1960 en Inglaterra), los rigores de la censura también
se han hecho sentir en muchísimos casos que exceden las líneas de este texto. Ni hablar de la tremenda producción de Henry Miller y su contraparte Anais Nin.
En 1928, el
francés George Bataille tuvo que publicar su Historia del
Ojo bajo seudónimo porque fue tildada como una
novela transgresora aun bajo el clima de los surrealistas. Claire Morgan fue el sobrenombre de Patricia
Highsmith para que su novela Carol,
fuese publicada en los EEUU en los años 50. Marguerite Duras, en El amante (novela
que fue llevada al cine con la colaboración de la autora) describe una relación
en la Indochina colonial entre una joven de 14 años (al parecer, ella misma) y
un rico heredero chino de 26, sin necesidad de ser muy explícita en las escenas
sexuales.
Todavía nos falta por conocer en el papel algunas nuevas historias como Las Cincuenta Sombras de Grey (donde el cine les cambia algunas descripciones), y otras recomendaciones como Las vírgenes
suicidas de Eugenides, El
lector de Schlink, y los relatos de Andre Dubus
bajo sugerente título Adulterio, para completar con ellos una buena reseña de este enorme capítulo de la literatura
contemporánea.