lunes, 23 de diciembre de 2019

atrás del limbo


La parte trasera del limbo no parece nada desagradable. Allí hay cosas para aprender.
Algunos pudieran pensar que hablamos del limbo como aludiendo al panorama que existe entre el infierno y el cielo; otros dirán que es posible considerar la retaguardia de una chica de certificación ISO 900, o sea muy bella, que se desplaza por un lado de la playa sin preocuparse por las miradas que le caen de todas partes con un goce del cual no es ajena; finalmente el limbo para otros anuncia cualquier cosa que se encuentre en un rincón de su casa, lejos de la mirada de los visitantes o de los intrusos que a veces fisgonean so pretexto de admirar los jarrones, los cuadros o las cortinas de la sala.
Todos se equivocan. El limbo está ubicado en alguna parte del cerebelo, muy cerca de esa máquina indomable que guarda los recuerdos con mucha meticulosidad porque al recibirlos, solitarios o en manada, los pule con un paño limpio permitiendo que algunos brillen más que otros aunque hayan sido utilizados con más frecuencia por razones estéticas, utilitarias o simplemente hedonistas.
Es muy difícil controlar el manejo de los recuerdos y siempre habrá alguno más aprovechado que otro al utilizarlos para su conveniencia: es así como se desfiguran las autobiografías de tal manera que los posibles biógrafos encuentren una serie de atajos que, en fin de cuentas, únicamente están camuflando las visiones de una vida.
Como los infantes no tienen recuerdos que valgan la pena, a ellos les asignaron el discreto y menguado papel de guardianes del limbo dizque para evitar cualquier estropicio. Pero, a medida que los niños crecen, se van desdibujando los límites del limbo infantil y comienzan a pertenecer poco a poco al mundo de los adultos que saben manipularlos a su acomodo. Como el proceso es automático --y muy pocos saben hospedar en el limbo mayor las verdaderas reminiscencias, las de verdad, las que nutren las experiencias, las que concurren periódicamente a lo cotidiano, las que se solazan en el consultorio de un freudiano--, entonces llegan hasta allí un montón de impurezas que ya son difíciles de expulsar.
Desde aquel momento en que se contaminan las memorias, el papel del limbo deviene subalterno y muchas personas, para no tener problemas con el pasado, deciden hacerlo a un lado y acudir a su encuentro solo si existe el peligro de que una fuga produzca un alud de acontecimientos inesperados, inmanejables, que arruinan el limbo y lo dejan a merced de los mercenarios. De todos modos, para los que sí saben hacerlo, el limbo representa un activo de importantes alcances que puede someterse pasivamente cuando se lo necesite, o en forma activa de acuerdo a unas circunstancias que hagan necesario revelarlo para acabar una disputa o confirmar una aseveración.
En el limbo no se puede lidiar con las emociones porque ellas pertenecen a unas categorías de conducta que solo los muy racionales pueden entender y manejar. Este oficio, por supuesto, es el más complejo que existe por lo indomables que son los sentimientos y el complejo territorio donde pueden gobernarse de una manera genuina y eficaz. Es por ello que la versión utilitaria del limbo todavía es poco reconocida, y la verdad es que, al fin de cuentas, dicha tierra media está habitada por tortuosos que juegan al vaivén de los sucesos y mantienen su vigencia para que los mentalistas acaso hagan su vida y se puedan presentar en televisión.

versión de la rata


Cuenta J.G. Ballard que una rata de laboratorio se pavoneaba diciendo: "Tengo a este científico tan adiestrado que cada vez que presiono una palanca, me da una bolita de comida".