Inés, algo se perdió
en mí cuando Mario se fue. Hoy mi esposa me ha deleitado con un rissoto de la
mejor calidad y este plato italiano me evocó de inmediato un dialogo de
Estanislao con Mario que oí en el café Los Cardenales en torno a Gramsci, con
el cual se me abrieron los oídos a la dialéctica y sus activismos inevitables.
Empeñado en esta evocación me dio por recobrar a Sartre Cien
Años, ese libro en el cual puso Mario sus mejores condiciones de
polígrafo: eligió los autores, hizo y supervisó las traducciones y las
ilustraciones, invitó a sus amigos más inteligentes y recopiló la bibliografía
para completar ese enorme volumen sobre Sartre (más de 460 páginas) que es una
joya para calificar a su editor como un sobresaliente intelectual sin
apariencias. Solo con pensar en la gran cantidad de tiempo y energía que gastó
Mario para diseñar y dar al público este libro (la exigencia consigo mismo y el
respeto a sus colaboradores), me releva de verbalizar otras lecturas suyas en
Estrategia que le sirvieron a mi mente adolescente para explicar la realidad de
un país que yo estaba viviendo, como joven militante del MRL y como mensajero
de Gabo en Prensa Latina --según la foto
que circula profusamente en unos libros. Creo poder decir, Inés, que este
recuerdo no pasa de un par de evidencias, pero tiene el mérito de servir a mi
propósito de ratificar la identidad que esa época me proporcionó la
semicercanía con tu padre.