martes, 5 de noviembre de 2019

el egoísmo y sus males

Cada que lo pienso una y otra vez, deduzco que el egoísmo es un creciente mal universal. Lo que inquieta de este fenómeno es la inmutabilidad de su existencia, la capacidad que tiene el egoísmo para subsistir y reproducirse. Esa es precisamente la pregunta esencial: ¿es el egoísmo un escudo protector de mi yo, del mismo perfil que el arma elegida por Hans Solo para defender a la tierra de sus invasores? 
Si el egoísmo es la defensa de mi individualidad, entonces puede verse como una forma de protección de mi yo, como las púas de una planta carnívora. En la medida en que crecen las dificultades de la vida diaria y se encuentran solo respuestas tradicionales o precarias para bregar con los problemas, en ese momento podemos pensar si podemos arrojarlo de nosotros a pesar de que el egoísmo está tan adherido o fusionado con nuestra piel. 
No obstante, lo más difícil es transformar el egoísmo en colaboración. Cualquier síntoma de empatía con los demás, cualquier muestra de apertura —v.g., solo escuchar de verdad al otro, oírlo genuinamente— y en ese momento los muros del egoísmo empiezan a flaquear. Solamente cuando lo expulsamos de nuestro ser, convertimos el egoísmo en una verdadera arma de solidaridad

aversión a los pobres

La voz aporofobia ha sido acuñada por la filósofa española Adela Cortina en varios artículos de prensa en los que llama la atención sobre el hecho de que solemos llamar xenofobia o racismo al rechazo a inmigrantes o refugiados, cuando en realidad esa aversión no se produce a menudo por  su condición de extranjeros, sino porque son pobres.

ingenio


Una fórmula providencial para desembarazarse de un impertinente aspirante a locutor sin futuro alguno la  dio un día Gabriel Muñoz a Juan Harvey Caicedo, examinador de los aspirantes por encargo del Ministerio de Comunicaciones: “Dile, sencillamente, que no sirve para nuestro oficio  porque tiene los pies planos”.