Hablar
con los poetas siempre resulta un deleite. Con Piedad Bonnet una vez iniciamos un rastreo por los versos
inolvidables.
Le decía que los no-poetas, solo lectores de poesía, nos afanamos
siempre por encontrar una metáfora que justifique el itinerario por todo el
territorio de un libro. Y de golpe tropecé y me deleité con este verso de ella:
“tan inocente/ como un pequeño lobo en su placenta”!
Cuando
a un poeta se lo recuerda, es porque engendra una semilla, una sola (un verso,
un terceto, una cuarteta, aun un epígrafe) que se va con uno por el resto de la
vida y la puede recitar cuando lo provoquen; con eso basta para que el poeta
sea inolvidable, con eso basta.
Veamos algunos ejemplos. “Juego mi vida, cambio
mi vida” (León de Greiff; “Teresa, en cuya frente el cielo empieza” (Carranza);
“El verde de todos los colores” (Arturo”; “El mismo amor que yo le tengo a mis
zapatos viejos” (Luis Carlos López); “Hay días en que somos…” (Porfirio);
“La princesa está triste… (Rubén Dario); “Caminante, no hay camino…
(Machado); “Hay golpes en la vida, yo no sé!” (Vallejo); “Puedo escribir los
versos más tristes esta noche” (Neruda)… y muchos más.
Un verso, uno solo, y el
poeta pasa a nuestra memoria histórica.