viernes, 11 de octubre de 2019

personas como murallas


  Hay personas como algunas casas: llenas de cuartos vacíos y de alcobas colmadas de cosas inútiles y protegidas con altas paredes que no dejan ver nada sino la oscuridad de los muebles antiguos y desvaídos. Son personas hechas de escudos, de torres y de castillos –como esos de San Felipe, con agujeros para los cañones-- que quieren ser todo lo impenetrables que se pueda para que la desconfianza no se les vea en medio de las barreras de su personalidad.  El miedo, si el miedo, las ha vuelto a ellas ocupantes especiales de un espacio construido para que no penetre el mundo exterior (y quizás menos la luz de afuera) de tal modo que se puedan conservar intocables todos sus gestos, los ademanes que no se pueden revelar y las palabras que tapan su exposición ante los demás. Encerradas en sí mismas, estas personas se ponen lejos de una comunicación genuina y se van marchitando, a los ojos de los demás, mientras su persistencia en la muralla cobra su frutos en la soledad. 
   En cambio hay otras cuyos espacios vitales son tan abiertos que entran más luces de las que debiera y así la casa donde habitan es una muestra de confianza a cuyas escalinatas uno se puede acercar con la creencia cierta de una hospitalidad fértil y larga.