El debate del MeToo, que ha gastado mucha tinta en los medios mundiales, posee algunas
derivaciones interesantes en el campo de la literatura. Por ejemplo, un
bloguero se despachaba contra Roman Polanski y sus desafueros hace años con una
menor de edad, motivo por el cual ha sido vetado en varios países y
organizaciones. Pero hubo una respuesta inesperada que daba pie para empezar a tramitar
el debate: "¿Pero qué puedes decir de sus películas? Son formidables. ¿O
es que el arte no importa?" Lo mismo podría decirse de Woody Allen y los relatos de Foster Wallace.
Este tipo de apreciaciones en las redes sociales subsisten cuando, a
manera de réplica, empezamos a preguntarnos por las razones que hicieron que
Shakespeare abandonara su familia, o que Norman Mailer, en algún arrebato de
mala hora, apuñalara a su esposa. La pregunta que sigue es si debemos amar a
las personas solamente porque son moralmente virtuosas.