UN POEMA AL AZAR
El STRADIVARIUS
A
Mib
sumergido en tu exclusiva
fantasía,
embelleciendo la
voz de Isolda
con una toma,
desde abajo, lenta y precisa.
Me quedé mirando
todo el rodaje
y tu lente
acorralando un bosque
donde la suave
rama de un abeto
esparcía la
semblanza de un violín
--que
afectaba, melodioso y pulcro,
el color amigable
de la tarde.
Ingmar me explicaste
todo:
de inmediato
pensé en ella
y me dije que
merecía mi amor
por siglos y
milenios
porque ella había
sido –en efecto--
el Stradivarius
de mi vida.