Hace un tiempo
conocimos esta singular historia: a principios del siglo XX, cuando los boyacenses
comenzaron a construir una carretera hasta el municipio de Miraflores, un
poblado al que se llegaba por caminos farragosos tras varias jornadas a
caballo, sus habitantes se alborotaron todos porque iba a llegar la
civilización, el trago, las putas y la gonorrea; por eso crearon el Comité
Pro-Contra la Carretera que dio la batalla (infructuosamente) por muchos meses.
Hace poco
recordé que esta misma historia con ocasión de la noticia del homenaje a Blas
de Lezo en Cartagena. Pensando al revés (como le gustaba a Lopez Michelsen que
siempre veía el tapiz por el otro lado) me dije que deberíamos crear más bien el Comité
Pro-Contra Blas de Lezo: los objetivos de esta entidad consisten en defender
la idea de que el corsario Vernon al vencer a los cartageneros en 1741
habría podido ser la cabeza de playa de los ingleses en Colombia —como lo
fueran los peregrinos del Mayflower en Boston en 1620 y el almirante Walter
Raleigh en 1583 al conquistar al territorio de Virginia (bautizado así por una
Reina a quien él le rendía sus favores de la cintura para abajo).
De
este modo seríamos luteranos —quienes fomentaron el capitalismo mundial al señalar que
hacerse ricos era una ofrenda al Señor—, y austeros casi en todo como los
mormones del sur, y tal vez más tolerantes que muchos católicos de hoy. Nos
hubiésemos evitado muchos despropósitos, hablaríamos perfectamente el inglés de
corrido, beberíamos cerveza por pintas y no a picodebotella, Elton John
presidiría las asociaciones LGTB y Wayne Rooney seria nuestro James frente a
los sudamericanos.