jueves, 26 de diciembre de 2019

los imperfectos


Hay una afirmación de la actual canciller alemana Angela Merkel que revela una verdad de la política a veces minimizada. Dice así: “Los presidentes no heredan problemas. Se supone que los conocen de antemano y por eso se hacen elegir para gobernar con el propósito de corregir dichos problemas. Culpar a los predecesores es una salida fácil y mediocre”.
Hemos leído esta versión hace poco y se nos ocurre que podemos explicarla con otra perspectiva de esta época: empecemos por señalar que no todos los gobernantes son perfectos. Desde el momento de tal afirmación se puede  pensar que si existen gobiernos debe existir alguna manera de solucionar el problema de los gobernantes imperfectos. Lo complicado es cuando alguno de ellos, candidato o gobernante, ha prometido hacer el diseño de una sociedad ideal. Es decir, cuando uno escucha esa promesa de un candidato, lo mejor que puede hacer es salir corriendo y votar en su contra: un ser imperfecto que cree tener el secreto de una sociedad ideal, es aún más imperfecto que el resto de nosotros. Darle poder sería una disparate.
En consecuencia, y dentro este mismo razonamiento, si la democracia nos obliga a elegir parecería correcto decir que uno no puede convertirse en fanático incondicional de un candidato o gobernante al que supone como una persona excepcional y sin defectos. Ofrecer o respaldar el otorgamiento de mucho poder en seres imperfectos, es como ponerse a sabiendas en manos de personas que, por ello mismo, cometerán errores y caerán en conductas indebidas. Y algo aún más obvio: los gobernantes son seres imperfectos que no pueden producir gobiernos perfectos. No obstante, es inevitable que, para evitar la anarquía o el desgobierno, los pueblos caen repetidamente en esa equivocación que la gente adivina de antemano.
La razón por la que gobernantes imperfectos se autodenominan a sí mismos salvadores nacionales y redentores sociales, por lo general como parte de la campaña, es precisamente por una característica muy propia de los gobernantes imperfectos: salvo muy escasas excepciones, los gobernantes que proponen grandes redenciones tienen una visión muy simplificada y engañosa del mundo. Para muchos, el mundo está formado usualmente de buenos y malos, y desde ese momento las cosas comienzan a ir por un camino incierto.
En resumen, si alguien en verdad tiene una genuina vocación de servicio a la sociedad debería pensarlo dos veces antes de entrar a una oficina del gobierno. Vería realizados sus sueños de servicio con mayor plenitud en las acciones que realizan los misioneros, los enfermeros y una serie de personas que con escasos ingresos se consagran a la atención de los demás. Vale decir que tiene que estar preparado para ello porque la vocación de servicio se va agotando, en especial entre nosotros, entre los vericuetos de la burocracia y las acechanzas de los corruptos.
Piénsenlo bien los candidatos a cargos públicos a partir del año entrante: las artimañas son muchas y la ética a menudo es incapaz para hacerles frente. A menos que la vocación de servicio sea tan fuerte que ahogue todos lo demás intereses y propósitos. En ese caso, lo que queda es consagrarse totalmente al bien y vivir esa realidad intensamente.

lunes, 23 de diciembre de 2019

atrás del limbo


La parte trasera del limbo no parece nada desagradable. Allí hay cosas para aprender.
Algunos pudieran pensar que hablamos del limbo como aludiendo al panorama que existe entre el infierno y el cielo; otros dirán que es posible considerar la retaguardia de una chica de certificación ISO 900, o sea muy bella, que se desplaza por un lado de la playa sin preocuparse por las miradas que le caen de todas partes con un goce del cual no es ajena; finalmente el limbo para otros anuncia cualquier cosa que se encuentre en un rincón de su casa, lejos de la mirada de los visitantes o de los intrusos que a veces fisgonean so pretexto de admirar los jarrones, los cuadros o las cortinas de la sala.
Todos se equivocan. El limbo está ubicado en alguna parte del cerebelo, muy cerca de esa máquina indomable que guarda los recuerdos con mucha meticulosidad porque al recibirlos, solitarios o en manada, los pule con un paño limpio permitiendo que algunos brillen más que otros aunque hayan sido utilizados con más frecuencia por razones estéticas, utilitarias o simplemente hedonistas.
Es muy difícil controlar el manejo de los recuerdos y siempre habrá alguno más aprovechado que otro al utilizarlos para su conveniencia: es así como se desfiguran las autobiografías de tal manera que los posibles biógrafos encuentren una serie de atajos que, en fin de cuentas, únicamente están camuflando las visiones de una vida.
Como los infantes no tienen recuerdos que valgan la pena, a ellos les asignaron el discreto y menguado papel de guardianes del limbo dizque para evitar cualquier estropicio. Pero, a medida que los niños crecen, se van desdibujando los límites del limbo infantil y comienzan a pertenecer poco a poco al mundo de los adultos que saben manipularlos a su acomodo. Como el proceso es automático --y muy pocos saben hospedar en el limbo mayor las verdaderas reminiscencias, las de verdad, las que nutren las experiencias, las que concurren periódicamente a lo cotidiano, las que se solazan en el consultorio de un freudiano--, entonces llegan hasta allí un montón de impurezas que ya son difíciles de expulsar.
Desde aquel momento en que se contaminan las memorias, el papel del limbo deviene subalterno y muchas personas, para no tener problemas con el pasado, deciden hacerlo a un lado y acudir a su encuentro solo si existe el peligro de que una fuga produzca un alud de acontecimientos inesperados, inmanejables, que arruinan el limbo y lo dejan a merced de los mercenarios. De todos modos, para los que sí saben hacerlo, el limbo representa un activo de importantes alcances que puede someterse pasivamente cuando se lo necesite, o en forma activa de acuerdo a unas circunstancias que hagan necesario revelarlo para acabar una disputa o confirmar una aseveración.
En el limbo no se puede lidiar con las emociones porque ellas pertenecen a unas categorías de conducta que solo los muy racionales pueden entender y manejar. Este oficio, por supuesto, es el más complejo que existe por lo indomables que son los sentimientos y el complejo territorio donde pueden gobernarse de una manera genuina y eficaz. Es por ello que la versión utilitaria del limbo todavía es poco reconocida, y la verdad es que, al fin de cuentas, dicha tierra media está habitada por tortuosos que juegan al vaivén de los sucesos y mantienen su vigencia para que los mentalistas acaso hagan su vida y se puedan presentar en televisión.

versión de la rata


Cuenta J.G. Ballard que una rata de laboratorio se pavoneaba diciendo: "Tengo a este científico tan adiestrado que cada vez que presiono una palanca, me da una bolita de comida".


sábado, 21 de diciembre de 2019

los micos no cambian


Siempre que me preocupo por hablar acerca de la resistencia al cambio que tienen los quindianos, no dejo de recordar la historia de los micos. Un grupo de científicos colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro pusieron una escalera y, sobre ella, un montón de bananos. Cuando un mono subía la escalera para agarrar los bananos, los científicos lanzaban desde afuera un chorro de agua helada sobre los micos que quedaban en el suelo.
   Después de algunas experiencias, cuando un mono iba a subir la escalera los otros lo agarraban a golpes para que no lo hiciera. Por supuesto que poco a poco ningún mono se atrevía a subir la escalera a pesar de la tentación de los bananos.
   Entonces los científicos sacaron un mono y lo sustituyeron por otro nuevo. La primera cosa que hizo el nuevo fue subir la escalera, pero rápidamente fue bajado por los otros, quienes le dieron una paliza. Después de algunas tundas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera.
   Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fueron sustituido. Los científicos quedaron entonces con un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca habían recibido un baño de agua helada, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a los bananos.
  La moraleja es que si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a los nuevos que intentaban subir la escalera, con certeza la respuesta de los monos sería: ---"No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así...".


el conservatismo ilustrado de caldas


Acabo de recibir el libro “Caldas en la Pluma de los Historiadores” de Ángel Maria Ocampo Cardona, libro de la Secretaría de Cultura cuyo envío agradezco no solo por la enorme perspectiva cultural que ofrece sobre ese Departamento, sino también porque me sugiere algunas reflexiones que quiero compartir a vuelapluma ahora que las chispitas navideñas iluminan nuestra memoria.
Hay una afirmación de Ocampo que me llama la atención: en cierto momento de la historia caldense hubo un interregno de los años 40 y 50 durante el cual los historiadores “entraron en sus cuarteles de invierno”. Creo adivinar la razón de este paréntesis con una hipótesis que he venido trabajando sobre el concepto de “el conservatismo ilustrado” que reinó en Caldas durante un arco de tiempo significativo, suposición que algunos estiman que no debe quedarse tan corta como lo presente.
Por un tiempo la política y la economía dominaron en el panorama caldense y casi se diría que opacaron las demás disciplinas en el ambiente cultural de la región. Alzate Avendaño y Londoño Londoño, Aquilino Villegas, José Restrepo, Silvio Villegas y Castor Jaramillo cumplieron un importante papel en el desarrollo del conservatismo por su posición altiva frente al grupo bogotano de Laureano Gómez y sus aliados. Pero además surgió una clase de economistas (más abogados que economistas, pero empíricos en esta profesión) como Hernán Jaramillo Ocampo, Antonio Álvarez Restrepo, Augusto Ramirez Moreno, Germán Botero de los Ríos, Manuel Mejía, Arturo Gomez Jaramillo, Hernan Uribe, principalmente, quienes en diferentes periodos, por lo menos de dos décadas, incidieron en la política económica de la administración de Ospina Perez y de Pastrana. Este sería entonces el grupo extraterritorial de intelectuales caldenses cuyo enlace o articulación con el grupo territorial de los “azucenos” del Club Manizales era incuestionable.
Semejante conjunto de personajes, todos muy cultos y elocuentes, fueron bautizados por los diarios bogotanos como los grecocaldenses, y luego en forma paródica como los grecoquimbayas. Y así fue como el asunto de las Identidades de la que hablaba Otto Morales tomó cuerpo en esta generación manizaleña  y se llevó de calle lo que hacían, mal que bien, los quindianos y los pereiranos. Ellos le dieron buena imagen a Caldas y este hecho, por añadidura, también nos daba cierta importancia a sus vecinos. Solo que cometieron el pecado de mirarse demasiado el ombligo y se olvidaron que en Risaralda y en el Quindío ya comenzaban a escucharse voces de repulsa al centralismo de la capital caldense que desembocaron en lo que ya sabemos.
Esta es una primera explicación del retiro durante un tiempo de los historiadores (y su regreso en buena hora con la Academia, con Hoyos Editores, con Vicente Arango y con Impronta y esa pléyade de escritores que reseña el mencionado libro) cosa que registramos por su franqueza. Pero me queda una duda final al ver que Ángel Maria Ocampo inexplicablemente omite el trabajo breve pero sustancioso de Rogelio Escobar Ángel que, por lo menos a mí, me dio muchas luces de introducción al tema de la colonización  antioqueña.

viernes, 13 de diciembre de 2019

los juegos que jugamos

El escritor Simon Sinek nos revela que existen dos clases de juegos: los juegos finitos, como el fútbol y el ajedrez, donde los jugadores son bien conocidos, las reglas del juego son fijas y el propósito final es muy claro. En los juegos infinitos, por el contrario, como los negocios, la política o la vida misma, los jugadores van y vienen, las reglas suelen cambiar con frecuencia y no hay un punto final definido. En los juegos infinitos que hemos señalado, no hay ganadores ni perdedores sino un solo camino: adelante o atrás.
No hay duda que esta es una importante reflexión que motiva a saber que ganar no siempre es el mejor objetivo dado que, por lo regular, la ganancia es pasajera --lo mismo que la pérdida-- y que en su búsqueda a menudo se dejan regados muchos problemas, incluyendo la reputación de los adversarios.