Acabo de recibir el libro “Caldas en la Pluma de los
Historiadores” de Ángel Maria Ocampo Cardona, libro de la Secretaría
de Cultura cuyo envío agradezco no solo por la enorme perspectiva cultural que ofrece
sobre ese Departamento, sino también porque me sugiere algunas reflexiones que quiero compartir a vuelapluma ahora que las chispitas navideñas iluminan
nuestra memoria.
Hay una afirmación de Ocampo que me
llama la atención: en cierto momento de la historia caldense hubo un interregno
de los años 40 y 50 durante el cual los historiadores “entraron en sus
cuarteles de invierno”. Creo adivinar la razón de este paréntesis con una
hipótesis que he venido trabajando sobre el concepto de “el conservatismo
ilustrado” que reinó en Caldas durante un arco de tiempo significativo, suposición que algunos estiman que no debe quedarse tan corta como lo presente.
Por un tiempo la política
y la economía dominaron en el panorama caldense y casi se diría que opacaron
las demás disciplinas en el ambiente cultural de la región. Alzate Avendaño y
Londoño Londoño, Aquilino Villegas, José Restrepo, Silvio Villegas y Castor
Jaramillo cumplieron un importante papel en el desarrollo del conservatismo por
su posición altiva frente al grupo bogotano de Laureano Gómez y sus aliados.
Pero además surgió una clase de economistas (más abogados que economistas, pero
empíricos en esta profesión) como Hernán Jaramillo Ocampo, Antonio Álvarez
Restrepo, Augusto Ramirez Moreno, Germán Botero de los Ríos, Manuel Mejía, Arturo Gomez
Jaramillo, Hernan Uribe, principalmente, quienes en diferentes periodos, por lo menos de dos décadas, incidieron en la política económica de la administración de Ospina Perez y de
Pastrana. Este sería entonces el grupo extraterritorial de intelectuales caldenses cuyo enlace o
articulación con el grupo territorial de los “azucenos” del Club Manizales era
incuestionable.
Semejante conjunto de personajes, todos muy cultos y
elocuentes, fueron bautizados por los diarios bogotanos como los grecocaldenses,
y luego en forma paródica como los grecoquimbayas. Y así fue como el asunto de
las Identidades de la que hablaba Otto Morales tomó cuerpo en esta generación
manizaleña y se llevó de calle lo que hacían, mal que bien, los
quindianos y los pereiranos. Ellos le dieron buena imagen a Caldas y este hecho, por
añadidura, también nos daba cierta importancia a sus vecinos. Solo que
cometieron el pecado de mirarse demasiado el ombligo y se olvidaron que en
Risaralda y en el Quindío ya comenzaban a escucharse voces de repulsa al
centralismo de la capital caldense que desembocaron en lo que ya sabemos.
Esta es una primera explicación del retiro durante un tiempo de
los historiadores (y su regreso en buena hora con la Academia, con Hoyos
Editores, con Vicente Arango y con Impronta y esa pléyade de escritores que
reseña el mencionado libro) cosa que registramos por su franqueza. Pero me queda una duda final
al ver que Ángel Maria Ocampo inexplicablemente omite el trabajo breve pero
sustancioso de Rogelio Escobar Ángel que, por lo menos a mí, me dio muchas
luces de introducción al tema de la colonización antioqueña.
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