sábado, 21 de diciembre de 2019

los micos no cambian


Siempre que me preocupo por hablar acerca de la resistencia al cambio que tienen los quindianos, no dejo de recordar la historia de los micos. Un grupo de científicos colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro pusieron una escalera y, sobre ella, un montón de bananos. Cuando un mono subía la escalera para agarrar los bananos, los científicos lanzaban desde afuera un chorro de agua helada sobre los micos que quedaban en el suelo.
   Después de algunas experiencias, cuando un mono iba a subir la escalera los otros lo agarraban a golpes para que no lo hiciera. Por supuesto que poco a poco ningún mono se atrevía a subir la escalera a pesar de la tentación de los bananos.
   Entonces los científicos sacaron un mono y lo sustituyeron por otro nuevo. La primera cosa que hizo el nuevo fue subir la escalera, pero rápidamente fue bajado por los otros, quienes le dieron una paliza. Después de algunas tundas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera.
   Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato. Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho. El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fueron sustituido. Los científicos quedaron entonces con un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca habían recibido un baño de agua helada, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a los bananos.
  La moraleja es que si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a los nuevos que intentaban subir la escalera, con certeza la respuesta de los monos sería: ---"No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así...".


el conservatismo ilustrado de caldas


Acabo de recibir el libro “Caldas en la Pluma de los Historiadores” de Ángel Maria Ocampo Cardona, libro de la Secretaría de Cultura cuyo envío agradezco no solo por la enorme perspectiva cultural que ofrece sobre ese Departamento, sino también porque me sugiere algunas reflexiones que quiero compartir a vuelapluma ahora que las chispitas navideñas iluminan nuestra memoria.
Hay una afirmación de Ocampo que me llama la atención: en cierto momento de la historia caldense hubo un interregno de los años 40 y 50 durante el cual los historiadores “entraron en sus cuarteles de invierno”. Creo adivinar la razón de este paréntesis con una hipótesis que he venido trabajando sobre el concepto de “el conservatismo ilustrado” que reinó en Caldas durante un arco de tiempo significativo, suposición que algunos estiman que no debe quedarse tan corta como lo presente.
Por un tiempo la política y la economía dominaron en el panorama caldense y casi se diría que opacaron las demás disciplinas en el ambiente cultural de la región. Alzate Avendaño y Londoño Londoño, Aquilino Villegas, José Restrepo, Silvio Villegas y Castor Jaramillo cumplieron un importante papel en el desarrollo del conservatismo por su posición altiva frente al grupo bogotano de Laureano Gómez y sus aliados. Pero además surgió una clase de economistas (más abogados que economistas, pero empíricos en esta profesión) como Hernán Jaramillo Ocampo, Antonio Álvarez Restrepo, Augusto Ramirez Moreno, Germán Botero de los Ríos, Manuel Mejía, Arturo Gomez Jaramillo, Hernan Uribe, principalmente, quienes en diferentes periodos, por lo menos de dos décadas, incidieron en la política económica de la administración de Ospina Perez y de Pastrana. Este sería entonces el grupo extraterritorial de intelectuales caldenses cuyo enlace o articulación con el grupo territorial de los “azucenos” del Club Manizales era incuestionable.
Semejante conjunto de personajes, todos muy cultos y elocuentes, fueron bautizados por los diarios bogotanos como los grecocaldenses, y luego en forma paródica como los grecoquimbayas. Y así fue como el asunto de las Identidades de la que hablaba Otto Morales tomó cuerpo en esta generación manizaleña  y se llevó de calle lo que hacían, mal que bien, los quindianos y los pereiranos. Ellos le dieron buena imagen a Caldas y este hecho, por añadidura, también nos daba cierta importancia a sus vecinos. Solo que cometieron el pecado de mirarse demasiado el ombligo y se olvidaron que en Risaralda y en el Quindío ya comenzaban a escucharse voces de repulsa al centralismo de la capital caldense que desembocaron en lo que ya sabemos.
Esta es una primera explicación del retiro durante un tiempo de los historiadores (y su regreso en buena hora con la Academia, con Hoyos Editores, con Vicente Arango y con Impronta y esa pléyade de escritores que reseña el mencionado libro) cosa que registramos por su franqueza. Pero me queda una duda final al ver que Ángel Maria Ocampo inexplicablemente omite el trabajo breve pero sustancioso de Rogelio Escobar Ángel que, por lo menos a mí, me dio muchas luces de introducción al tema de la colonización  antioqueña.