martes, 8 de octubre de 2019

la muerte de narciso


La ninfa Eco, contaba Ovidio, se enamora de un presumido joven llamado Narciso, hijo de otra ninfa, Liríope de Tespia. Un dios del río, cuyo nombre era Céfiso, amaba tanto a Liríope que la había rodeado con sus corrientes, una y otra vez, hasta que la atrapó en sus trayectorias y logró concebir un hijo con ella. La madre, preocupada por el bienestar de su hijo Narciso, decidió consultar a un vidente, Tiresias, quien le dijo a la ninfa que el chico “viviría hasta una edad avanzada mientras nunca se conociera a sí mismo”, según apunta la Wikipedia. Después de Narciso haber rechazado el amor de la ninfa Eco, y haber causado con ello su muerte al punto de que de ella solo se conservaba la voz, Narciso sintió sed y se dirigió a un pozo a beber. La tragedia consiste en saber que el joven murió allí, contemplando su propia imagen.

   Percibirse, reconocerse, observarse, es tal vez la verdadera tragedia de esta historia, contradiciendo todos los procesos que conducen a sobrellevar la vida mediante el conocimiento de sí mismo. Por supuesto que Sócrates se revuelve en su tumba porque Narciso representa lo antagónico del saber y la existencia: el supuesto de que “solo sé que nada sé” queda en entredicho y lo que parecía una historia de los dioses tutelares se convierte en una aguda contradicción de la filosofía.