Un poema de Quim López
El dolor se maduró abajo
muy abajo:
en ese lugar
congelado y
sólido
donde no
llega ni la mirada de Dios.
Luego llegó como fuerza bruta
bajo el
soplo de una necedad.
Fuimos --en el breve instante
de un
relámpago obsesivo--
testigos de
una pasión
irreparable.
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