A Maria Teresa
Durante un breve momento de distracción de los guardias en la penitenciaría
agrícola, Eduardo, un civil inofensivo pero rebelde, desertó intempestivamente
del ejército. En su fuga, y después de atravesar con dificultades una selva húmeda
y espesa, emergió en una carretera veredal, fangosa y deteriorada, donde pudo
hacer una pausa de respiro al iniciar la madrugada. Al aclarar el día, pudo ver
muy cerca un campero destrozado en el barranco y con las luces aun encendidas.
No había nadie adentro pero se veían huellas de sangre en el puesto del pasajero.
En el asiento de atrás, Eduardo descubrió una maleta de cuero cuyo contenido,
al abrirla, era un uniforme militar correspondiente al grado de un coronel Medina,
aparte de otras prendas como calzoncillos, pañuelos, una tanda de medicinas y
unos zapatos deportivos casi nuevos. Sin pensarlo dos veces, se vistió con el
uniforme verde oliva, ocultó su vestido de convicto en un matorral, se puso la
gorra del oficial y empezó a transitar por la carretera como un comandante en
ejercicio durante una caminata de observación. A poco andar, un pelotón de
soldados lo alcanzó y desde el saludo militar del sargento, Eduardo se dio
cuenta que ahí mismo –gracias al uniforme-- estaba entrando al mundo del orden,
la obediencia y la sumisión que le iban a permitir su sobrevivencia por un buen
tiempo. No obstante, cuando ya estaba perdidamente enamorado del poder y los
privilegios que este ofrece, le detectaron su engaño y le zamparon un disparo
en la nuca del que nunca pudo recuperarse a pesar de sus numerosos sueños y nuevas
ambiciones.
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