Es
cada día más evidente que los colombianos vivimos una especie de anormalidad
política: por una parte, nos proclamamos demócratas, hacemos enormes elogios de
la democracia, alabamos la existencia de las elecciones donde se decide la
suerte de nuestros gobernantes y, en fin, presumimos de tener la mejor de las
democracias latinoamericanas.
Pero,
por otro lado, nuestra conducta como ciudadanos que votamos indica que añoramos
y reclamamos la presencia de gobernantes fuertes que nos rediman de las
potencias del mal… a la fuerza. Somos entonces autócratas in pectore
(y no solamente en la política sino también en las costumbres regulares, en el
hogar, en la escuela, en la familia), y demócratas de exhibición. Mientras
exaltamos los valores democráticos suspiramos por el estilo autoritario de los
gobernantes, como la añoranza de unos gobiernos anteriores. Esta incoherencia,
esta ambigüedad, se vive casi del mismo modo en las empresas privadas donde los
jefes se proclaman tolerantes pero son una legión de déspotas y acosadores.
Por eso decimos,
porfiando en esta tesis, que existen en Colombia dos clases de demócratas:
llamamos Demócrata “X” al individuo que se exhibe como demócrata,
que defiende públicamente, y a veces de modo intransigente, los valores
democráticos y finge que se hace matar por ellos. No obstante, en su proceder privado y diario,
esos valores evidencian lo contrario: es visiblemente autoritario en las
relaciones con los demás, desde la familia hasta el trabajo. Piensa como un demócrata, y se pelea porque
los reconozcan así, pero se conduce como un tirano. De dientes para afuera, es
un demócrata; de dientes para adentro, es un autoritario refinado: en suma, es
un embaucador de la democracia.
El
Demócrata “X” se ve por todos lados: la desgracia de estos tiempos es esta
incongruencia que se inicia en la misma familia, pasa por la escuela y la
universidad, llega al trabajo y se propaga por los canales de los partidos
políticos hasta la administración del Estado. Los ”X” son aquellos padres
“demócratas” que votan como liberales
pero son arbitrarios, intervencionistas y celosos en la casa; son esos
profesores y maestros “demócratas” que votan a socialistas pero utilizan la
regleta o el tono regañón para imponer sus ideas en la clase ; son los
jefes de personal “demócratas” que aplastan sin pensarlo cualquier conato
ínfimo de oposición interna.
El
Demócrata “Y”, por el contrario,
es una especie rara: no sólo posee y defiende los valores democráticos, sino
que los hace ostensibles en su comportamiento personal de todos los días, en el
trabajo o en la familia. Es tolerante con los conceptos ajenos; permite la
circulación de las ideas sin imponer las propias; sabe escuchar con paciencia
las opiniones contrarias a las suyas;
delega sin temores a quienes sabe maduros para decidir; ofrece a los grupos la
oportunidad de llegar al consenso, y tiene de veras alto respeto por las
emociones y sentimientos de los demás.
Pero,
mientras no exista un clima psicológico idóneo para su seguridad, el Demócrata “Y” será una especie
anónima y casi irreconocible. Entre otras cosas, porque si permite mucho
debate, se lo califica como débil; si sabe oír, se dirá que no tiene ideas
propias; si hace poco por imponer su voluntad, se pensará que no tiene
pantalones; y si permite demasiado la participación, se dirá que es un blando.
Como consecuencia de esta discordancia, todos los autoritarios ”X” tienen al
Demócrata “Y” como un enemigo débil que se permite demasiadas libertades, que
no sabe imponer respeto, y que deja vagar demasiado la libre personalidad al
punto de que puede poner en peligro la fortaleza autoritaria desde la cual se
subyugan estos pueblos por siglos y siglos. Nunca se entenderán.
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