La misteriosa casa de Manuel Mujica
Por Gustavo Páez Escobar
Durante varios meses estuve
buscando en las librerías de Bogotá la novela La casa, de Manuel Mujica Láinez, agotada desde años atrás. Hasta
que al fin apareció un ejemplar en la librería Torre de Babel, bien conservado
a pesar de los 30 años de su existencia. Este libro, salido en 1988, pertenece
a la décima edición efectuada por Editorial Sudamericana (la primera fue en
1954).
Es una de las novelas más
sugestivas de la literatura argentina, cuya acción se desarrolla en una
suntuosa casa señorial construida a fines del siglo XIX y situada en la calle
Florida de Buenos Aires. Sus propietarios son el influyente senador don
Francisco y su esposa doña Clara, padres de 4 hijos, y protagonistas todos de
singulares sucesos que cautivan la atención del lector.
En realidad, el principal
actor de las varias historias que narra el novelista es la noble casona, convertida en un ser con vida propia, que
habla, ríe, sufre, presencia hechos horrendos, se recuesta en su pasado de
glorias y se duele de su demolición inevitable. Hay momentos en que se escuchan
voces estremecidas entre las paredes que van flaqueando, y surgen reales
fantasmas que brotan de la propia intimidad de quienes habitan la residencia. O
las residencias, porque todos llevamos una casa a cuestas.
Esta casa de Manuel Mujica
es, cómo no, el grito silenciado que se esconde en el alma cuando volvemos al
pasado y nos enfrentamos a las sombras inocultables. Al iniciarse la novela, la
casa nos pone en sintonía de lo que va a pasar: “Soy vieja, revieja. Tengo 68
años. Pronto voy a morir. Me estoy muriendo ya, me están matando día a día”.
Sí: la están matando, la están desmantelando y descuartizando, la están despojando
de sus lustres y sus pergaminos, para volverla el esqueleto que pronto llegará
a ser. Pero antes dirá su verdad.
Ella ha presenciado un crimen
que nadie vio –el crimen del balcón– y capta el drama del hijo loco. Por eso,
clama con furor enardecido cuando se inclina alguna columna y tapa la realidad.
Ella sabe de las lujurias cometidas en los cuartos cómplices; de las intrigas,
los chismes y los enredos de la esclarecida familia; de las infidelidades
urdidas en el secreto de las alcobas; de los pecados cuyo eco por la casona
solo ella percibe, lo abomina y le eriza la piel.
Mientras tanto, resuena el
carnaval que sacude a la ciudad y se siente con mayor ímpetu en la inquieta
calle Florida, frente a la residencia patricia. La casa, aquí y en todas partes,
hoy y siempre, es un termómetro de la conciencia. Es el reflejo de lo que
llevamos adentro. En eso reside la magia de Manuel Mujica al escribir su obra
cumbre.
El escritor nació en Buenos
Aires en 1910 y murió en La Cumbre, Córdoba, en 1984. Sobresalió como crítico
de arte, periodista y novelista. Su obra narrativa, con fondo histórico, ocupa
puesto destacado en la literatura argentina. Venía de una familia
aristocrática, con raíces de los fundadores de la nación. Después de residir
varios años en Europa regresó a su país y se dedicó a la escritura de sus
libros. Su prosa es amena, fluida, seductora.
La casa fue
escrita entre enero y agosto de 1953, y editada en 1954. Por lo tanto, lleva 64
años de vida, casi la misma edad del autor. Las casas literarias no mueren,
como sucede con las físicas: estas se derrumban bajo el peso de los años, y en
cambio las literarias sobreviven en los ejemplares que no logra destruir el
tiempo, como este que estaba guardado en una librería de viejo y ha motivado la
presente columna.
Clara, la esposa del senador,
es personaje pintoresco, encantador. Mujer bella y elegante en su juventud, fue
perdiendo el encanto físico hasta volverse glotona y obesa. La pasión por el
dulce le formó una figura caricaturesca, que no la estorbaba. Genial en sus
gustos y disgustos. Siempre se mantuvo vanidosa, autoritaria, intrigante. Su
presencia se siente a lo largo de toda la novela. Va y viene. Ya muerta, vuelve
muchas veces a las páginas que avanzan, como queriendo decir que no se resignaba
al olvido ni dejaba perder su esencia femenina.
La novela está considerada
como una alegoría política e histórica de la Argentina. Cuando fue escrita en
1953, Eva de Perón llevaba un año de muerta, y el gobierno de su marido entraba
en la decadencia. Muchos de los sucesos que se describen encarnan lo que
acontecía en la vida real del país. Hay símiles impresionantes. El derrumbe de
la casa es el derrumbe de la Argentina.
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