sábado, 16 de febrero de 2019

lagunas biográficas


Hace rato nos viene a la mente la idea de construir un diálogo constructivo entre los escritores y sus “lagunas” vitales.
La historia de los artistas e intelectuales están llenas de lagunas de su vida que suelen pasar por alto no solo sus biógrafos, sino también los lectores distraídos y también los más amigos del personaje. (A propósito, Borges decía que las notas escritas a mano en los márgenes de los libros son una forma literaria). Por tanto, cada día estamos más convencidos que este género de narraciones “lagunas” valen como una inestimable mina de oro para los novelistas.
Veamos algunos ejemplos de las lagunas literarias. El novelista francés Mathias Énard (un orientalista de 46 años, profesor de árabe y hoy radicado en Barcelona) insistió con un viaje auténtico que hizo el escultor Miguel Ángel a Constantinopla invitado por el sultán otomano Bayezid II para que le ayudase a construir el puente sobre el Bósforo. Autor de “Dígales sobre batallas, reyes y elefantes" (Tell Them of Battles, Kings, and Elephants) y otros relatos, este libro de Énard es un recuento de su formidable y erudita atracción hacia esa laguna episódica de Miguel Angel en Turquía allá por los años de 1506.
            Siguiendo esta misma reflexión, de igual modo se pueden hacer unas búsquedas igual de interesantes de “lagunas biográficas” como el extenso poema de Derek Walcott sobre la influencia del Caribe en los paisajes impresionistas de Camille Pissarro; o sobre el viaje por tres días a Paris de Constantine Cavafy y las incidencias del mismo, según lo describe una novela de Ersi Sotiropoulos, según lo relata el crítico Julian Lucas en The New Yorker (https://www.newyorker.com/contributors/julian-lucas) al reseñar la aventura turca de Micheangelo.
            Confesamos que nos ha gustado imaginar algunas lagunas biográficas en nuestro entorno cultural como estas: el poeta León de Greiff como contabilista en la empresa del ferrocarril que montaba las traviesas en la vía de Bolombolo a La Pintada; la vicisitudes de Dario Jaramillo Agudelo como jefe del área cultural del Banco de la República y su deleite con los numerosos libros que le llegaban; las charlas ruidosas y sugerentes de Estanislao Zuleta con Mario Arrubla en el café Los Cardenales, mientras Carlos Lemos Simmonds trataba de calmarlos en la misma mesa; y las conversaciones literarias de Jorge Gaitán Durán con Eduardo Cote Lemos en la barra del café Excelsior mientras repasaban los manuscritos de los colaboradores de Mito, muy cerca de Lopez Michelsen tomando café y discutiendo con Indalecio Liévano Aguirre algún pormenor de la vida de Nuñez.
            Y, para ir más lejos, a Franz Kafka hablando solo, en el baño de la compañía de seguros de accidentes laborales donde trabajaba, lamentando la forma como había muerto una de sus hermanas en el campo de exterminio de Auschwitz; Vladimir Nabokov explicándole a un colega de la universidad de Cambridge el papel de Humbert Humbert con la nínfula que lo traía loco; o, finalmente, a Cervantes esperando que unos burócratas del Consejo de Indias en Cádiz aceptaran su solicitud para viajar al Nuevo Mundo como oficinista letrado.
No hay duda que la novelística tiene un terreno muy ancho y muy largo para el goce.


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